miércoles, 28 de marzo de 2012

Libertad Perdida

Le incomodaban las apariencias. Quería vestirse de negro para ser elegante, no le importaba un comino que de negro vamos a los funerales. No le gustaba nada de sí mismo, si pudiera cambiar sus rasgos de la noche a la mañana, primero alteraría su nariz, luego se pondría más alto y por último echaría esa feminidad en sus movimientos por la ventana. Imaginaba que todos sus compañeros de trabajo le miraban por encima al hombro porque era del campo, había estudiado en el extranjero y por lo tanto no habría sido tan inteligente para ingresar en una universidad en Grecia, ni tampoco tan rico para conseguir una rápida homologación del título y, por eso, tenía que trabajar de ayudante en una oficina de Derecho y no como abogado propio, durante muchos años. Aunque tuviera un talento inherente por el proceso jurídico, codearse con la gente sacaba toda su energía. Sentía envidia hacia los que, por el contrario, se llenaban de entusiasmo solo sirviendo a los clientes, o presentando sus casos a juicio. Su único consuelo eran las cosas bellas que coleccionaba de regalos: todas las cosas que su madre u otros conocidos no necesitaban se los daban a él, porque todos sabían su pasión por quedarse con objetos. No tiraba nada nunca. Cada objeto tenía su historia, una  memoria tachada, como si fuera un ser vivo. Y así lo amaba, como si fuera una persona querida, siempre cerca de él. No podía imaginarse a sí mismo en un lugar, en una casa diferente. Le gustaba su pequeño piso en Exarhia, cerca del centro antiguo de Atenas, a pesar de las manifestaciones rutinarias y del ruido de la cuidad. Y, ¿qué haría con tantas cosas si decidiera mudarse? ¿Tirarlas a la basura o hacer una donación a los pobres? No, no quería cambiar de vida, porque nadie pudiera apreciar su pequeño reinado lleno de bellas cosas como él. Ni siquiera quería que alguien le visitara a su piso nunca, le privaría de su intimidad y el único sentido de estabilidad que había sentido desde hace mucho tiempo. Sin embrago, no era feliz, algo le faltaba pero no se sabía qué. Y, de repente, no podía respirar, se sintió como si un bocado se le atragantara y tuviera que abrir la ventana para que el aire fresco entrara en la habitación.     
Urania 28/03/2012 (Texto escrito por la tarea ´El sentido de los objetos en nuestra vida´)

2 comentarios:

  1. ¡Muy bien, Uranía!
    Ha sido muy acertada tu descripción de aquella sensación confortante y al mismo tiempo sofocante que da a uno la acumulación de objectos...

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  2. Gracias, creo que hay un libro de Juan José Millás que además he sacado de la biblioteca que se llama ´Los objetos nos llaman´, no he podido leerlo todo, pero habla de ese mismo tema desde un punto de vista surrealista. Os lo cuento cuando le he terminado...

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