miércoles, 10 de octubre de 2012

Pensamientos sobre el personaje de “la tia Tula”

       Pensamientos sobre el personaje de la tía Tula”
        (Comentando el punto de vista de la novela de Unamuno,
        en  comparación con él de la pelicula de Picazo)

Después de haber visto la película de Picazo y leído la novela de Unamuno, junto con varios  artículos sobre las dos obras, me encuentro intrigada por el personaje de la heroína. Me interesa en particular cómo los dos artistas que vivieron en épocas distintas ven, comprenden y juzgan a esta misma persona, o sea a la “tía Tula”, de maneras  tan diferentes. 
Digo la misma persona, porque para mí está claro que, en lo esencial, la Tula de la novela y la Tula de la película tienen personalidades idénticas, en efecto una sola personalidad, a pesar de que la vida de la primera trascurre unos cincuenta años antes de la de la segunda. Esta personalidad queda analizada con más detalles en la novela, donde se nos ofrecen las claves para comprenderla mejor. Por eso sería útil que contempláramos  sus rasgos principales, empezando por los datos que se nos dan sobre Tula en esta.

Unamuno nos cuenta que Tula creció venerada por parte de su familia; o sea por su hermana, la hermosa y débil Rosa, para la cual Tula cumplía el doble papel de la hermana mayor y de la madre protectora,  y por su tío, don Primitivo, un cura sencillo y algo simplón −como el nombre que Unamuno eligió para él nos deja adivinar−,  quien había criado a las dos hermanas, después de que se quedaran huérfanas, tras la temprana muerte de sus padres. Este último, en particular, veía en su sobrina −una niña lista y demasiado seria− la continuación de su propia hermana y de su propia madre, madre y abuela, respectivamente, de la misma Tula. Aquellas dos mujeres encarnaban para el buen cura el ideal católico de la madre-virgen, o sea de la mujer materna y dadivosa, cuya pureza angelical no se ha manchado por “el pecado”.
Hagamos aquí un paréntesis para decir que “el pecado” no es otra cosa que el sexo. El hecho de que en la vida real las madres no pueden −digamos por definición − ser  también vírgenes,  poca importancia tenía para el tío de Tula y para todos que, como él,  adoctrinados por la iglesia católica, consideraban el sexo como el origen de todo mal, como  algo sucio y bajo, que sólo se puede justificar si tiene como meta la procreación. El concepto de la maternidad puramente espiritual, “encarnado” (desde el punto de vista católico) por la Virgen-Madre de Dios, así como la convicción de que el deseo sexual no es nada más que un impulso bestial, el cual los seres humanos decentes deben contener, se había inculcado también a Tula, para quien la castidad, la pureza, la virginidad, eran valores sublimes.
Creciendo en este ambiente y con el refuerzo positivo de su familia, Tula va creándose un alto concepto de sus cualidades y capacidades, elaborando al mismo tiempo un sistema de valores y principios extremadamente rígido. Así que asume, desde una edad temprana, la responsabilidad de proteger a sus familiares ya adultos, no dudando de tomar decisiones sobre el futuro de ellos, de dictarles cómo deben actuar, puesto que está convencida de que ella −como una madre cariñosa y sabia− sabe mejor lo que es bueno para ellos, lo que más les conviene. Cabe subrayar aquí que Tula, aunque se siente dispuesta y capaz para ser la madre de todos, no logra sentirse hija de nadie. En efecto, creyéndose superior a todos, ha llegado a pensar que no hay en el mundo otro ser humano que sea capaz de aconsejarla y de guiarla a ella. Así que su soberbia la condena a la soledad.
Por su personalidad y por su modo de vivir en conformidad con los valores y los principios que se dan en su entorno, Tula goza de una posición muy elevada en el ambiente social de la ciudad provincial en la que vive. Todo el mundo la respeta, considerándola como una mujer sabia, de gran dignidad y de moralidad impecable, en breve como una mujer ejemplar. Hay que añadir que Tula es además independiente, en cuanto se refiere a su situación económica, y esto es esencial para que ella pueda elegir por sí misma el curso de su vida y también para mejor desempeñar lo que considera su misión en vida: Ser madre. Sin embargo independiente, sin calificación, no lo es de ninguna manera, aunque ella lo crea, ya que en realidad depende, y de una manera absoluta, no tanto de la opinión de los demás , como de sus propios principios y de las normas que ella misma se ha impuesto. 
La personalidad de Tula, combinada por un lado con su posición social y por otro con su independencia económica, hace que ella no sienta la necesidad de casarse, al contrario de lo que sucede con las otras mujeres de su entorno (para las cuales el matrimonio suponía la única salida en la vida, aparte de meterse a monjas, o de ponerse a servir en las casas de sus hermanos).  Tula no necesita el matrimonio, ni para conseguir su mantenimiento físico, ni para alcanzar respetabilidad. Esta la tiene ya, y por sus propios méritos, y aquel está también asegurado. Tula sólo se casaría con un hombre digno de ella, a quien ella misma hubiera elegido; un hombre que la hubiera querido a ella, por ser ella como era, con sus principios y sus valores, y no para solucionar con el matrimonio cualquiera de sus problemas, ya fuesen estos sociales, económicos, sexuales, o tan sólo prácticos. Tula no quiere casarse para convertirse en el remedio para la concupiscencia masculina ni tampoco para ser el ama de casa de su marido, ni siquiera sólo para ser madre, o convertirse en madrastra para los hijos que tenga él,  y eso que su instinto maternal es muy fuerte.
Antes de casarse sin que los requisitos que ella ha puesto se cumplan, prefiere la soltería. Sin embargo, quiere tener hijos. Con su naturaleza maternal, sí que le cuesta el no tenerlos. Por eso de buena gana se convierte en la segunda madre para los hijos de su hermana y de su cuñado, desde el momento mismo en que ellos nacen, animando a la madre verdadera, la siempre obediente Rosa,  que se los deje a su cuidado,  así que  ella se dedique plenamente al marido. 
Es pues natural que, tras la muerte de Rosa, Tula decida no sólo hacerse cargo de sus sobrinos, que siendo muy pequeños la necesitan, sino de convertirse en la madre de ellos, disfrutando de todas las alegrías de la maternidad y también aceptando las penas y los sacrificios correspondientes a la condición de ser madre. (Todos, con la excepción, eso sí, de parir y ¡por supuesto! de concebir a los niños ella misma). Quiere más que nada ser madre verdadera para  sus sobrinos, sin embargo se niega con vehemencia a ser la esposa de su padre,  es decir de su cuñado Ramiro −quién se lo propone−, resistiéndose a la idea hasta el final, con una obstinación insuperable. Y eso que quiere a Ramiro, como él la quiere también a ella  y  siempre la ha querido. 
¿Cual es la razón del comportamiento de Tula? Es cierto que decidió no casarse con su pretendiente −o con cualquier otro hombre−,  por la razón de que quiere permanecer para siempre junto a sus sobrinos,  siendo la madre de ellos. Ya tiene familia, como ella misma asegura en la carta que envia a su pretendiente, y además está dichosa en esta situación.  Pero, ¿por qué no quiere casarse ni con Ramiro, quien, al fin y al cabo es el mismísimo padre de “sus”  hijos?  ¿Qué se lo impide?  ¿Sería el respeto a la memoria de Rosa, su hermana muerta? Quizás esto podría explicar su primera reacción al principio, tras la propoposición inicial de Ramiro. Pero, después de haber comprobado que Ramiro no sólo insiste en su propuesta, sino que, en su desesperación (al comprobar que Tula está decidida de rechazarlo), llega hasta el punto de intentar violarla, Tula podría ver las cosas de manera diferente. En efecto podría comprender que vale más hacer soportable la vida de los vivos,  que “respetar la memoria” de alguien que ya se ha muerto. El hecho de que su mismo confesor trata de persuadirla de que la mejor solución para todos sería que se casara con Ramiro, podría amainar sus escrúpulos y acabar por convencerla. Pero, esto no ocurre. Tula, segura del valor moral de su decisión, sigue negando a sí misma y a Ramiro la felicidad que podrían tener juntos como pareja. ¿Por qué?
Unamuno nos ofrece varias  explicaciones por el comportamiento de Tula:
La primera es que Tula no cree que su hermana −quién en efecto le había pedido, en su lecho de muerte, que se casara con Ramiro− lo pudiera haber querido esto, de verdad. Tula cree que lo que su hermana quisiera, lo que ella misma hubiera querido en su posición, sería que Ramiro no volviera a casarse, sino que formara con Tula una pareja de padre y madre, no de marido y mujer, viviendo juntos en castidad. Tula está convencida de que Rosa deseaba que ella se convirtiera en madre para sus hijos,  pero que no le gustaría que otra mujer se convirtiera en la esposa del hombre que  había querido tanto.
La segunda explicación que Unamuno nos ofrece es que Tula tiene miedo de que casándose con Ramiro, podría tener hijos propios, cosa que, si ocurriera, teme que la convertiría  en  madrastra para los otros hijos de Ramiro, por  mucho que quisiera evitarlo. Porque Tula siente que el amor que sentiría hacia sus hijos carnales, como los llama, debilitaría su amor hacia  los hijos que su marido había tenido con otra mujer, aunque esa fuese su propia hermana.
Si estas explicaciones son lógicas, y hasta nobles, Unamuno nos da también otra razón para explicar la postura de Tula, la cual claramente no lo es. Y parece que es precisamente esta razón ilógica la  que más pesa para Tula, en el momento de decidir.
Pues Unamuno nos cuenta que Tula desea criar a sus hijos en un ambiente de castidad y pureza.  Quiere que Ramiro pruebe su amor por ella, con respetar su decisión de permanecer pura y casta, conteniendo sus impulsos bestiales. Porque, en la manera de pensar de Tula, el único que podría justificar −y hasta santificar− el matrimonio (o sea el acto sexual), sería el deseo y la intención de engendrar hijos. Si estos hijos  han nacido ya,  ¿por qué tiene ella que sacrificar su virginidad? Ama a Ramiro, y por esto quiere que él también permanezca casto y decente, verdaderamente digno de ella.
 Parece que Unamuno acepta como válido este último razonamiento de Tula, el cual hoy en día suena totalmente absurdo. Parece que él también crea, como su Tula, que el impulso sexual es básicamente sucio, bajo y bestial, y que los seres humanos más dignos de así llamarse, deberían contenerlo. Además parece que Unamuno piensa en efecto que las mujeres, con la excepción de algunas perversas −aquellas “malas mujeres”−,  no tienen en realidad impulsos sexuales, y cuando acceden a tener relaciones carnales, lo hacen a regañadientes y sólo para tener hijos o para complacer a sus maridos. Por fin parece que Unamuno da por alto el valor de la virginidad, considerándola como un estado venerable. En todo caso, aunque Unamuno no comparta de manera rígida estas ideas de su heroína (en algunos pasajes de la novela se puede percibir una sutil ironía cuando se habla de la aversión  que Tula siente para las cosas que no son perfectamente limpias, aunque sean naturales), es cierto que simpatiza con ella y que además la admira. Sobre todo admira su resolución de reivindicar su derecho de decidir por ella misma cómo quiere vivir, de no acceder a participar en algo que ella considera sucio y bestial, de conservar su “pureza” virginal, a pesar de que los hombres de su entorno, incluido su propio confesor, la presionan para actuar como ellos piensan adecuado. Unamuno admira en Tula la mujer dadivosa y maternal que tambien es fuerte, la mujer que tiene una estatura moral superior a la de los hombres de su entorno. El mismo Unamuno en la introducción de su novela, compara a su Tula con Antígona, quien para defender valores más altos que la ley humana  (o sea la ley de los dioses) no duda en sacrificar su propia vida. ¿Es quizás ley de Dios el mantener la virginidad a todo costa? Parece que Unamuno también lo cree.
Para reivindicar a su Tula, Unamuno se empeña en hacer de su vida un éxito. Efectivamente la Tula de la novela vive lo bastante para criar a "sus" hijos hasta que lleguen a la edad adulta, y muere adorada y venerada por ellos, dejando atrás a una de sus “hijas”, Manolita, la menor, como hereredera de su leyenda. ¡Qué importa, si para conseguir esto,  para permitir  que Tula disfrute plenamente de su maternidad forzada y postiza, Unamuno tenga que “matar”, en su novela, muy pronto al pobre de Ramiro y a su nueva esposa también! 

Ahora bien Picazo, quien crea su propia Tula unos cincuenta años más tarde que Unamuno, no es tan caritativo con ella. Porque él ya sabe que el sexo, que tanto está aterrorizando a Tula, es algo natural  para los seres humanos, como lo es para los animales;  que el impulso sexual es fuerte, tanto para los hombres como para las mujeres, y que los esfuerzos que a lo largo de los siglos ha costado a hombres y a mujeres el tratar de contenerlo de manera absoluta −por razones religiosas, o otras igualmente absurdas−,  se han probado vanos  y destinados a fracasar, de una manera u otra.  Pues su Tula, aun teniendo las mismas ideas, la misma personalidad y la misma actitud con la Tula de Unamuno,  nos deja ver  −a través de  movimientos fugazes, expresiones faciales momentáneas, incluso a través de los silencios desconcertantes y embarazosos entre Tula y Ramiro, cuando los dos están cerca el uno al  otro sin tener algo concreto que hacer− que al fin y al cabo el sexo no la deja indiferente, aunque esto lo está escondiendo de todos, incluso de sí misma.
Que esto es efectivamente el caso nos lo demuestra, de modo muy expresivo, la reacción de Tula cuando se da cuenta de que Ramiro ha dejado embarazada a otra. Pues, en la película, esta nueva supone para ella un golpe terrible. Fuera de sí en rabia, se pone a llorar enfurecida, acusando a Ramiro de que nunca la había querido, ni a ella ni a su hermana. Tanto furor tiene sólo una explicación: es la ira incontenible de una mujer enamorada, que ha sido engañada. La misma escena en la novela se desarrolla de un modo completamente diferente. Cuanto Tula se da cuenta de la situación (por un Ramiro confuso y desesperado) ella misma, manteniendo su calma y el dominio absoluto de sus sentimientos, exige a él que se case inmediatamente con la pobre muchacha de la que había abusado. (En la novela no es la prima adolescente de Tula, sino una criadita huérfana). Tula le habla así:“Pero no te aflijas así, Ramiro, que la cosa tiene fácil remedio...” (o sea el matrimonio). ¿Es esta una reacción natural? ¿Puede convencer al lector de hoy día? A mí me parece que no. Me parece que Unamuno ve a su heroína con la mirada de un idealista, mientras que Picazo (que por vivir en una época diferente, está en posición de saber mejor la naturaleza humana, y esa de la mujer en especial) nos deja ver cómo la fachada de equilibrio, que Tula había construido con tanto empeño, se quiebra y se derrumba a la hora de la crisis. 
Así pues la Tula de Picazo se queda sola, al final. Este es el castigo por su obstinación en desafíar a la naturaleza, permaneciendo fiel a unos valores y unos principios vacíos y absurdos. La familia ideal que tanto había querido formar, no pudo durarle mucho. ¡La pobre de Tula!  Puede que ella diera por muy altos sus principios y sus valores, su rigidez absoluta en defenderlos; sin embargo lo que es en realidad es un ser patético, que da lástima.  Por no ser capaz de superar sus prejuicios y sus ilusiones, por no poder aceptar el mundo tal como es y no tal como sus ideas fijas le dictan que debería de ser,  se hace la víctima de sus creencias falsas, y de sus propias fantasías.
 Hay también otra razón porque Picazo, en su película, no muestra compasión por Tula, aunque reconoce sus buenas intenciones y su disposición para sacrificarse. No olvidemos que su Tula vive unos cincuenta años después que la Tula de Unamuno. En estas cinco décadas el mundo había cambiado mucho: después de dos guerras mundiales, las mujeres europeas habían ya conseguido más derechos, tenían más oportunidades para educarse, para trabajar fuera de casa, para desarrollar su personalidad y, por consiguiente, para independizarse de verdad. Sin embargo, en la ciudad provinciana donde vive Tula, en  plena dictadura franquista,  parece que el tiempo se ha parado. Picazo está enfadado con su Tula y con todas las Tulas de su tiempo, mujeres y también hombres, quienes permanecen obstinadamente adheridas a unos principios que no tienen sentido, a un conservadurismo absoluto, a un oscurantismo tan detonante con su época.  Su “Tia Tula” tiene también esta dimensión de denuncia, contra la  parte más reaccionaria de la sociedad española de su tiempo.



Tina Dugalí                                                                                                           Diciembre de 2009