viernes, 2 de marzo de 2012

Viaje de regreso

             Erase una vez un hombre casi centenario, fatigado de vivir tantos años entre sus ilusiones y sus memorias y afligido por no ser capaz de encontrar una solución adecuada para su único problema. El paso del tiempo le había encorvado su grácil talle y su vista de gavilán ya era turbia. Pero el hombre no tenía necesidad de mirar alrededor de sí para descubrir lo bueno y lo malo, lo hermoso o lo feo de este mundo. Le bastaba con indagar en sí mismo para comprobar que todo es vano; que lo eterno (menos lo que promete la religión) es lo que ya una vez existió y que mas no puede ni existir de nuevo ni cambiar; lo que es capturado en el alma y la mente para siempre. Le gustaba recordar días pasados, sus días de gloria, cuando podía encerrar en su palma toda la vida y absorber de un trago todos sus jugos. Pero también revocaba momentos por los que no se sentía orgulloso: antes sus ojos desfilaban las mujeres que engañó, socios que explotó, desgraciados que despreció…
Entonces, ya salió después de la amontonada experiencia en su larguísima vida, se arrepentía por sus malas selecciones y llorando sin lágrimas se quedaba muy infeliz, hundido en las más profunda desesperación, por lo que era demasiado tarde para deshacer.
 De manera que solo un deseo (aunque conocía que era inalcanzable) le daba alivio: poder regresar a los años de la inocencia y recomenzar su vida desde el principio. Pero, precisamente porque sabía que esto no era realista, se sentía cada vez más deprimido.
Una noche invernal, tras haber pensado mucho sobre sus insistencias, se acostó exhausto esperando ver al menos en su sueño este viaje de regreso. Hacia la madrugada un golpe se oyó, como si la puerta estuviera abierta por el viento, y el cuarto se vio inundado por una luz espectral. El viejo, medio dormido, se incorporó pero no distinguió a nadie; al contrario escuchó muy claramente una voz grave, como si procediera del más allá, que le decía “Su deseo va a cumplirse ahora mismo”. En aquel momento el hombre no podía entender si estaba más espantado y extrañado o tranquillo y feliz después de tantísimo tiempo. Lo que pudo hacer era balbucear: “Ya voy, Señor”. E inmediatamente se durmió de nuevo, pero esta vez para no despertarse nunca más.
El viejo apenas había comenzado el viaje de regreso a los senos de la eternidad.

Angeliki Patera
28.2.2012


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