viernes, 23 de marzo de 2012

Carta abierta a Mario Vargas Llosa

   
Mi querido Mario:
Tú no me conoces, pero escribo esta carta sintiendo que yo a ti te conozco como a un amigo íntimo.
En uno de tus ensayos sobre la creación literaria has dicho que un escritor, a diferencia de un científico, nunca describe el mundo tal como es en realidad, sino que crea su mundo propio. Desde tu punto de vista ─que al fin y al cabo es el punto de vista de un experto─,  este mundo de ficción, aunque se parezca en todos los detalles al mundo real, no lo es. Cada autor en su producción artística está siempre “reinventando” la realidad, sustituyendo esta con una realidad suya, en un acto de desafío contra la naturaleza, o contra Dios si es que Dios existe─. De modo  que, según va tu argumento, cada creación artística se puede calificar como un acto de deicidio. Aunque uno escriba una novela en primera persona, has dicho, aun cuando use datos de su propia biografía,  no es de fiar que lo que cuenta sea la realidad objetiva. No obstante, recreando la realidad a su gusto, el escritor está en su derecho,  y depende sólo de su talento,  si puede convencer al lector de la validez de esta realidad ficticia.
A mí este argumento expuesto además con tu maestría oratoria me ha persuadido. Sin embargo, aunque las novelas no cuentan la realidad como es, de todos modos dicen, en mi opinión, la verdad, en un nivel más profundo: Exponen la esencia verdadera de la condición humana, vista a través de los ojos del autor. Digo esto porque no estaría de acuerdo si quisieras llevar tu argumento hasta el extremo de sostener que la personalidad del autor no se puede conocer a través de sus escritos. Por supuesto no estoy hablando del carácter de una persona, o de su modo de comportarse en situaciones cotidianas: La obra de un artista no nos da, en efecto, muchas pistas para conocer estos rasgos exteriores de su personalidad, los cuales  son, de todos modos, superficiales y no hablan mucho de lo que uno siente o piensa por dentro. En cambio, creo que el mundo interior de un autor, la esencia de su ser en su profundidad, sí que se deja ver a través de su obra. Esta es la razón porque estoy convencida de que yo te conozco, Mario. Desde tus novelas y tus otros escritos, he llegado a apreciarte e incluso a quererte, no sólo como a un hombre de gran talento, sino como a una persona profundamente humana, dotada de una sensibilidad poco común, que me pudo emocionar y conmover tantas veces.
Ya sé que muchos de tus admiradores de antes te guardan hoy rencor por haber cambiado tus ideas políticas en el curso de los años, de un modo dramático, llegando a ser ─según ellos─ un reaccionario, más que un conservador a la antigua. Y eso que habías empezado desde la izquierda más pura y radical. 
Por mi parte, no estoy de acuerdo con los que te han condenado.
Primero porque estoy convencida de que uno tiene el derecho de cambiar sus creencias políticas, si las que tenía antes lo decepcionaron, o si en un cierto punto de su vida se dio cuenta de que el ideal en que había puesto sus esperanzas no era en realidad lo que él se había imaginado. Al fin y al cabo las ideas políticas son sólo esto: Ideas. Y las ideas no se basan enteramente en el pensamiento racional. Hay siempre en ellas un elemento de fe ciega, puesto que la sociedad humana es demasiado complicada para que uno pueda explicar cómo funcciona sólo con la razón. Cuando esta fe se agote, cualquiera que sea la causa, no hay manera de resucitar  las ideas muertas. Es precisamente este elemento no racional de las ideas políticas que hace  que dos personas, ambas íntegras, honestas y bienintencionadas, puedan tener ideologías completamente opuestas.
Así las cosas, el “cambio de chaqueta” es para mí reprochable sólo en el caso en que se haga por razones de interés propio. Entonces sí que  este cambio se debe juzgar como amoral y cínico. En tu caso, sin embargo, la alteración de tus ideas políticas no sólo no te ha proporcionado más fama, más dinero, o más poder, sino que te ha costado la pérdida de numerosos amigos y otros tantos admiradores devotos. En efecto tu cambio ha sido un cambio contra corriente y aunque fuera sólo por esta razón, no lo podría condenar.
Unos de los que tanpoco te condenan sostienen que sería más juicioso por tu parte que te callaras, y que no hubieras hecho declaraciones políticas que muchos juzcan ofensivas hasta la provocación. Ni con esto estoy de acuerdo. Pienso que es más honesto ─y mucho más valiente─ hablar sinceramente de lo que uno piensa, que callarse. Hablar, comunicar a los demás lo que uno piensa, sin tener miedo de cómo ellos van a reaccionar, es esencial en una sociedad democrática. Los que creemos en ella, esperamos a que el mundo pueda cambiar sólo con las ideas. Las ideas son sagradas, por el hecho mismo de ser ideas, es decir productos del pensamiento y de la intuición del ser humano. En mi opinión, cada uno de nosotros no sólo tiene el derecho de pensar  libremente, sino que tiene además la obligación de comunicar sus ideas, si tiene algo que decir, tratando de convencer a los demás. Sólo así las ideas podrían, tal vez, cambiar el mundo. Esta es nuestra esperanza, porque si el mundo no puede cambiar con las ideas, la única alternativa que nos queda hoy en día es el holocausto.
Para dejar las cosas claras, no te voy a esconder que no comparto para nada tu idea de que el liberalismo económico más absoluto tiene las soluciones para los problemas del mundo de hoy, aunque estoy defendiendo tu derecho de profesarla, no sólo porque este derecho es para mí sagrado, sino también porque en este cruce de caminos en que nos encontramos hoy, no tengo ni idea sobre cuál sería la solución de los problemas que están amanazando a la humanidad. Por otro lado coincido contigo en la convicción de que hoy día, después de haber presenciado el fracaso completo de sistemas políticos en los que habíamos confiado por mucho tiempo, debemos reexaminar nuestras ideas más queridas. Sobre todo tenemos que defender la democracia, porque sólo en ella pueden florecer las ideas. Y creo que no nos queda otro remedio, que esperar a que la mente humana encuentre una vez más el camino que asegurará la supervivencia  de la especie.
La segunda razón que tengo para no condenarte por haberte convertido en un hombre “de derechas”, es porque tú, aun siendo un derechista, nunca te has portado como un facha.
De tus escritos y también de todo tu comportamiento público, se ve que crees profundamente en los valores democráticos, que respetas e incluso defiendes la libertad de los demás, que estás convencido de que las personas no se pueden juzgar a base de su color,  su poder económico, su posición social, o su género, sino a base sólo de su calidad humana. Creo que aunque te has cambiado de campamento político, sigues teniedo compasión por los desventurados de toda índole y sigues intentando encontrar maneras para que las condiciones de sus vidas mejoren, no con actos de misericordia o caridad, sino con la acción política adecuada.
Tu entendimiento profundo de la naturaleza humana y tu compasión por los que sufren por la injusticia de la sociedad o la de la suerte─, se dejan ver en todo lo que has escrito.
Leyendo tus novelas he vivido a flor de piel el terror del adolescente que tiene que hacer frente al mundo absurdo de un colegio militar. He sentido el miedo, las pequeñas alegrías, las esperanzas y el desengaño final de una “selvática”, a quién arrancaron por la fuerza de su pueblo indígena para “civilizarla” y que al final terminó sometida en la más degradante explotación.
He sentido la exaltación de la atmósfera revolucionaria en la universidad de San Marcos, de Lima, durante los años de la dictadura de Odría,  ─o en cualquier universidad de cualquier ciudad del mundo, en circunstancias parecidas─ y he vivido el ánimo de lucha, mezclado con miedo, de los jóvenes que están trabajando en una organización clandestina. Me he emocionado con la revuelta autodestructiva de un joven puro, que no podía acceptar que su familia  prosperara colaborando con el régimen autoritario, corrupto y violento de su país. He sentido pena profunda por el declive brutal y devastador de un pobre negro de buenas intenciones, que de joven había aspirado a un futuro mejor. Podría llenar muchas páginas así. Efectivamente leyéndote me he absorbido en tus historias, me he identificado con tantos y tantos personajes, hombres y mujeres, a los que tú has dado vida propia.
Como tu compasión por el sufrimiento de los seres humanos no excluye el humor, la sonrisa y la luz de la esperanza, también me he divertido muchas veces leyendo tus novelas. Me acuerdo ahora de las desventuras de un militar concienzudo, a quien encargaron la creación de un servicio de “visitadoras” para el alivio sexual de las tropas estacionadas en la selva amazónica, o de los infortunios de un dotado escribidor de radionovelas teatrales.
Junto a ti he conocido tu Perú, no como es ahora, sino como era en las décadas de los cincuenta y los sesenta, como aparece en la mayoría de tus novelas. He soportado el calor y la humedad asfixiante de la selva y tambien el frío seco y el aire diluido del altiplano andino. He recorrido el centro de Lima, bajo la garua continua. He andado por la plaza Dos de Mayo, la Colmena, la plaza San Martín, he parado para tomar un chiclano en el café Zela y al anochecer he entrado en el bar Negro-Negro para divisar, entre el humo, a unos periodistas en tertulia. Otras veces he caminado contigo por las calles del Miraflores antiguo: He visto las casitas de vivos colores de las “quintas” en la calle Porta, he contemplado la puesta del sol en el océano desde la Quebrada, he escuchado las olas romper abajo, en la playa de pedruscos. He mirado a los jóvenes jugando al tenis en el club Terrazas, he probado un helado en la Crema Rica del Parque Central , espiando a los adolescentes a la hora que hacían sus planes para la noche...
Con esta carta, quisiera sólo darte las gracias, Mario,  por todo esto.
Un gran abrazo de tu amiga griega
Tina                                                                                                    


(Texto escrito para la  tarea de clase: "Carta a un autor querido")             Atenas, 7 de  marzo 2012

4 comentarios:

  1. Yo creo que deberías enviarle esta carta a Mario Vargas Llosa y esperar a su respuesta, que, por supuesto, vas a publicar en el blog... Genial como siempre, Tina, yo he leído cuatro de sus novelas el cuatrimestre pasado, incluso ´La conversación en la Catedral´, pero todavía me falta mucha práctica con la lengua, por lo tanto, me veo decidida releer su obra porque cuenta la historia de manera fenomenal.

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    1. Muchísimas gracias Uranía. Mario Vargas Llosa es, de verdad, un de mis autores preferidos. Vale la pena leerlo y releerlo. A mí también me gustaría que le hiciera saber mi admiración, pero no me siento muy cómoda con enviarle esta carta, escrita para que la leamos en clase,y además no sé cómo podría hacerlo... Ya veremos...

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  2. De acuerdo, empecemos por aquí y ya veremos, pero quiero que sepas a mí me ha alegrado mucho que hayas elejido escribir sobre este autor en paricular. Incluso leyendo sus ensayos me ha gustado, aunque sí que no estoy de acuerdo con todas sus opiniones, tadavìa posee una habilidad para manejar la lengua extraordinaria. Y con frecuencia me ha salido útil utilizar su mètodo para estructurar argumentos sobre un tema.

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  3. Tina ¿lo sabes que esta entrada es la más popular entre los lectores de nuestra bitácora? Creo que ya tiene más de 50 vistas entre las más de 600 desde que lo abrimos en público, lo que nos muestra que el título es importante, es decir hay que poner en el título palabras clave como ´Mario Vargas Llosa´o ´contra corriente´, por ejemplo, para señalar aún más nuestra presencia...De todas formas, siga escribiendo, mujer...

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