miércoles, 28 de marzo de 2012

Libertad Perdida

Le incomodaban las apariencias. Quería vestirse de negro para ser elegante, no le importaba un comino que de negro vamos a los funerales. No le gustaba nada de sí mismo, si pudiera cambiar sus rasgos de la noche a la mañana, primero alteraría su nariz, luego se pondría más alto y por último echaría esa feminidad en sus movimientos por la ventana. Imaginaba que todos sus compañeros de trabajo le miraban por encima al hombro porque era del campo, había estudiado en el extranjero y por lo tanto no habría sido tan inteligente para ingresar en una universidad en Grecia, ni tampoco tan rico para conseguir una rápida homologación del título y, por eso, tenía que trabajar de ayudante en una oficina de Derecho y no como abogado propio, durante muchos años. Aunque tuviera un talento inherente por el proceso jurídico, codearse con la gente sacaba toda su energía. Sentía envidia hacia los que, por el contrario, se llenaban de entusiasmo solo sirviendo a los clientes, o presentando sus casos a juicio. Su único consuelo eran las cosas bellas que coleccionaba de regalos: todas las cosas que su madre u otros conocidos no necesitaban se los daban a él, porque todos sabían su pasión por quedarse con objetos. No tiraba nada nunca. Cada objeto tenía su historia, una  memoria tachada, como si fuera un ser vivo. Y así lo amaba, como si fuera una persona querida, siempre cerca de él. No podía imaginarse a sí mismo en un lugar, en una casa diferente. Le gustaba su pequeño piso en Exarhia, cerca del centro antiguo de Atenas, a pesar de las manifestaciones rutinarias y del ruido de la cuidad. Y, ¿qué haría con tantas cosas si decidiera mudarse? ¿Tirarlas a la basura o hacer una donación a los pobres? No, no quería cambiar de vida, porque nadie pudiera apreciar su pequeño reinado lleno de bellas cosas como él. Ni siquiera quería que alguien le visitara a su piso nunca, le privaría de su intimidad y el único sentido de estabilidad que había sentido desde hace mucho tiempo. Sin embrago, no era feliz, algo le faltaba pero no se sabía qué. Y, de repente, no podía respirar, se sintió como si un bocado se le atragantara y tuviera que abrir la ventana para que el aire fresco entrara en la habitación.     
Urania 28/03/2012 (Texto escrito por la tarea ´El sentido de los objetos en nuestra vida´)

viernes, 23 de marzo de 2012

Carta abierta a Mario Vargas Llosa

   
Mi querido Mario:
Tú no me conoces, pero escribo esta carta sintiendo que yo a ti te conozco como a un amigo íntimo.
En uno de tus ensayos sobre la creación literaria has dicho que un escritor, a diferencia de un científico, nunca describe el mundo tal como es en realidad, sino que crea su mundo propio. Desde tu punto de vista ─que al fin y al cabo es el punto de vista de un experto─,  este mundo de ficción, aunque se parezca en todos los detalles al mundo real, no lo es. Cada autor en su producción artística está siempre “reinventando” la realidad, sustituyendo esta con una realidad suya, en un acto de desafío contra la naturaleza, o contra Dios si es que Dios existe─. De modo  que, según va tu argumento, cada creación artística se puede calificar como un acto de deicidio. Aunque uno escriba una novela en primera persona, has dicho, aun cuando use datos de su propia biografía,  no es de fiar que lo que cuenta sea la realidad objetiva. No obstante, recreando la realidad a su gusto, el escritor está en su derecho,  y depende sólo de su talento,  si puede convencer al lector de la validez de esta realidad ficticia.
A mí este argumento expuesto además con tu maestría oratoria me ha persuadido. Sin embargo, aunque las novelas no cuentan la realidad como es, de todos modos dicen, en mi opinión, la verdad, en un nivel más profundo: Exponen la esencia verdadera de la condición humana, vista a través de los ojos del autor. Digo esto porque no estaría de acuerdo si quisieras llevar tu argumento hasta el extremo de sostener que la personalidad del autor no se puede conocer a través de sus escritos. Por supuesto no estoy hablando del carácter de una persona, o de su modo de comportarse en situaciones cotidianas: La obra de un artista no nos da, en efecto, muchas pistas para conocer estos rasgos exteriores de su personalidad, los cuales  son, de todos modos, superficiales y no hablan mucho de lo que uno siente o piensa por dentro. En cambio, creo que el mundo interior de un autor, la esencia de su ser en su profundidad, sí que se deja ver a través de su obra. Esta es la razón porque estoy convencida de que yo te conozco, Mario. Desde tus novelas y tus otros escritos, he llegado a apreciarte e incluso a quererte, no sólo como a un hombre de gran talento, sino como a una persona profundamente humana, dotada de una sensibilidad poco común, que me pudo emocionar y conmover tantas veces.
Ya sé que muchos de tus admiradores de antes te guardan hoy rencor por haber cambiado tus ideas políticas en el curso de los años, de un modo dramático, llegando a ser ─según ellos─ un reaccionario, más que un conservador a la antigua. Y eso que habías empezado desde la izquierda más pura y radical. 
Por mi parte, no estoy de acuerdo con los que te han condenado.
Primero porque estoy convencida de que uno tiene el derecho de cambiar sus creencias políticas, si las que tenía antes lo decepcionaron, o si en un cierto punto de su vida se dio cuenta de que el ideal en que había puesto sus esperanzas no era en realidad lo que él se había imaginado. Al fin y al cabo las ideas políticas son sólo esto: Ideas. Y las ideas no se basan enteramente en el pensamiento racional. Hay siempre en ellas un elemento de fe ciega, puesto que la sociedad humana es demasiado complicada para que uno pueda explicar cómo funcciona sólo con la razón. Cuando esta fe se agote, cualquiera que sea la causa, no hay manera de resucitar  las ideas muertas. Es precisamente este elemento no racional de las ideas políticas que hace  que dos personas, ambas íntegras, honestas y bienintencionadas, puedan tener ideologías completamente opuestas.
Así las cosas, el “cambio de chaqueta” es para mí reprochable sólo en el caso en que se haga por razones de interés propio. Entonces sí que  este cambio se debe juzgar como amoral y cínico. En tu caso, sin embargo, la alteración de tus ideas políticas no sólo no te ha proporcionado más fama, más dinero, o más poder, sino que te ha costado la pérdida de numerosos amigos y otros tantos admiradores devotos. En efecto tu cambio ha sido un cambio contra corriente y aunque fuera sólo por esta razón, no lo podría condenar.
Unos de los que tanpoco te condenan sostienen que sería más juicioso por tu parte que te callaras, y que no hubieras hecho declaraciones políticas que muchos juzcan ofensivas hasta la provocación. Ni con esto estoy de acuerdo. Pienso que es más honesto ─y mucho más valiente─ hablar sinceramente de lo que uno piensa, que callarse. Hablar, comunicar a los demás lo que uno piensa, sin tener miedo de cómo ellos van a reaccionar, es esencial en una sociedad democrática. Los que creemos en ella, esperamos a que el mundo pueda cambiar sólo con las ideas. Las ideas son sagradas, por el hecho mismo de ser ideas, es decir productos del pensamiento y de la intuición del ser humano. En mi opinión, cada uno de nosotros no sólo tiene el derecho de pensar  libremente, sino que tiene además la obligación de comunicar sus ideas, si tiene algo que decir, tratando de convencer a los demás. Sólo así las ideas podrían, tal vez, cambiar el mundo. Esta es nuestra esperanza, porque si el mundo no puede cambiar con las ideas, la única alternativa que nos queda hoy en día es el holocausto.
Para dejar las cosas claras, no te voy a esconder que no comparto para nada tu idea de que el liberalismo económico más absoluto tiene las soluciones para los problemas del mundo de hoy, aunque estoy defendiendo tu derecho de profesarla, no sólo porque este derecho es para mí sagrado, sino también porque en este cruce de caminos en que nos encontramos hoy, no tengo ni idea sobre cuál sería la solución de los problemas que están amanazando a la humanidad. Por otro lado coincido contigo en la convicción de que hoy día, después de haber presenciado el fracaso completo de sistemas políticos en los que habíamos confiado por mucho tiempo, debemos reexaminar nuestras ideas más queridas. Sobre todo tenemos que defender la democracia, porque sólo en ella pueden florecer las ideas. Y creo que no nos queda otro remedio, que esperar a que la mente humana encuentre una vez más el camino que asegurará la supervivencia  de la especie.
La segunda razón que tengo para no condenarte por haberte convertido en un hombre “de derechas”, es porque tú, aun siendo un derechista, nunca te has portado como un facha.
De tus escritos y también de todo tu comportamiento público, se ve que crees profundamente en los valores democráticos, que respetas e incluso defiendes la libertad de los demás, que estás convencido de que las personas no se pueden juzgar a base de su color,  su poder económico, su posición social, o su género, sino a base sólo de su calidad humana. Creo que aunque te has cambiado de campamento político, sigues teniedo compasión por los desventurados de toda índole y sigues intentando encontrar maneras para que las condiciones de sus vidas mejoren, no con actos de misericordia o caridad, sino con la acción política adecuada.
Tu entendimiento profundo de la naturaleza humana y tu compasión por los que sufren por la injusticia de la sociedad o la de la suerte─, se dejan ver en todo lo que has escrito.
Leyendo tus novelas he vivido a flor de piel el terror del adolescente que tiene que hacer frente al mundo absurdo de un colegio militar. He sentido el miedo, las pequeñas alegrías, las esperanzas y el desengaño final de una “selvática”, a quién arrancaron por la fuerza de su pueblo indígena para “civilizarla” y que al final terminó sometida en la más degradante explotación.
He sentido la exaltación de la atmósfera revolucionaria en la universidad de San Marcos, de Lima, durante los años de la dictadura de Odría,  ─o en cualquier universidad de cualquier ciudad del mundo, en circunstancias parecidas─ y he vivido el ánimo de lucha, mezclado con miedo, de los jóvenes que están trabajando en una organización clandestina. Me he emocionado con la revuelta autodestructiva de un joven puro, que no podía acceptar que su familia  prosperara colaborando con el régimen autoritario, corrupto y violento de su país. He sentido pena profunda por el declive brutal y devastador de un pobre negro de buenas intenciones, que de joven había aspirado a un futuro mejor. Podría llenar muchas páginas así. Efectivamente leyéndote me he absorbido en tus historias, me he identificado con tantos y tantos personajes, hombres y mujeres, a los que tú has dado vida propia.
Como tu compasión por el sufrimiento de los seres humanos no excluye el humor, la sonrisa y la luz de la esperanza, también me he divertido muchas veces leyendo tus novelas. Me acuerdo ahora de las desventuras de un militar concienzudo, a quien encargaron la creación de un servicio de “visitadoras” para el alivio sexual de las tropas estacionadas en la selva amazónica, o de los infortunios de un dotado escribidor de radionovelas teatrales.
Junto a ti he conocido tu Perú, no como es ahora, sino como era en las décadas de los cincuenta y los sesenta, como aparece en la mayoría de tus novelas. He soportado el calor y la humedad asfixiante de la selva y tambien el frío seco y el aire diluido del altiplano andino. He recorrido el centro de Lima, bajo la garua continua. He andado por la plaza Dos de Mayo, la Colmena, la plaza San Martín, he parado para tomar un chiclano en el café Zela y al anochecer he entrado en el bar Negro-Negro para divisar, entre el humo, a unos periodistas en tertulia. Otras veces he caminado contigo por las calles del Miraflores antiguo: He visto las casitas de vivos colores de las “quintas” en la calle Porta, he contemplado la puesta del sol en el océano desde la Quebrada, he escuchado las olas romper abajo, en la playa de pedruscos. He mirado a los jóvenes jugando al tenis en el club Terrazas, he probado un helado en la Crema Rica del Parque Central , espiando a los adolescentes a la hora que hacían sus planes para la noche...
Con esta carta, quisiera sólo darte las gracias, Mario,  por todo esto.
Un gran abrazo de tu amiga griega
Tina                                                                                                    


(Texto escrito para la  tarea de clase: "Carta a un autor querido")             Atenas, 7 de  marzo 2012

La envidia poética

“A la sombra del mérito se ve crecer la envidia”,  Leandro Fernández de Moratín.
“La envidia es mil veces más terrible que el hambre  porque es hambre espiritual”, Miguel de Unamuno.

La crítica amarga, la sátira,la insinuación pérfida son hábitos comunes entre los poetas en todas las épocas, en todos los países. El célebre soneto de Quevedo, "A una nariz”, es un ejemplo de este fenómeno casi universal, de la envidia poética. El conceptista se burla con sarcasmo y precocidad de las características físicas de Góngora, pero sobre todo de su estilo culterano. En mi país, es famoso el caso de K.Palamas y G.Seferis. Por todo esto, no me extrañó para nada el caso de dos poetas contemporáneos y el surgimiento del pecado capital durante una lectura poética al alimón. Ante un público emocionado, los dos poetas recitaban sus poemas,en su turno cada uno, pero en un mal instante, el envidioso no pudo soportar los aplausos de un poema amado por los espectadores-¿quién sabe qué demonios arañaban su interior? -interrumpió el proceso y releyó el poema sustituyendo las frases positivas con negativas y al revés. El público rió sin darse cuenta del  delito cometido: la violación del poema en su totalidad y en consecuencia la  de su autor. La envidia es un sentimiento que nunca produce nada positivo. En este caso el poeta víctima tenía que defender su creación. En realidad se vengó por la humillación y la tristeza que sintió. Al final de la lectura con una frase que se le escapó inconscientemente hizo una observación rencorosa sobre el pelo sucio de su rival. Sin duda, no le importaba el estado de ningún pelo sino la suciedad de la acción imprevista, aunque aún más le dolían sus propias palabras, el lapso linguae, como nos confesó más tarde.

Stella,10-3-2012.

jueves, 22 de marzo de 2012

La envidia

      
La envidia
En la casa de mis padres no hay cosas de mucho valor. Ambos provenían de familias de refugiados de Asia Menor, que fueron expulsadas de allí después de la derrota del ejercito griego al final de la expedición desastrosa de 1922. Como las familias de mis abuelos tuvieron que abandonar todas sus posesiones para salvar la vida, mis padres no pudieron heredar bellas cosas antiguas, como las que yo admiraba en secreto, durante mi adolescencia, en las casas de unas ricas compañeras de clase.  
Mis padres tuvieron que amueblar nuestra casa poco a poco, con cosas que compraron ellos mismos en el curso de su larga vida en común. Se casaron justo cuando terminó la guerra civil que había estallado en Grecia después de la liberación de la ocupación alemana, en un tiempo cuando el país estaba intentando curarse las heridas de esas dos guerras devastadoras. Así que en los primeros años de su matrimonio nuestra casa tenía sólo los muebles más esenciales, es decir, la cama matrimonial con sus dos mesitas de noche y una cómoda, un armario para la ropa, mi propia cunita rosada ─que más tarde, cuando nació mi hermano, la repintaron de azul─ ,  una mesa de comedor con sus sillas a juego y pocas otras cosas.
En la década de los sesenta, cuando la situación económica del país mejoró, mis padres pudieron comprarse electrodomésticos, sofás, sillones, mesitas y consolas para amueblar el salón, un comedor nuevo y también una nueva estantería para los libros. Compraron además cosas para decorar: Alfombras, lámparas y arañas del techo, unos cuadros nuevos para añadir a los dos que ya teníamos desde que yo puedo acordarme, floreros y bomboneras de cristal, unas estatuillas de porcelana, bolitos de plata, un mantel bordado a mano con sus servilletas y otras cosas así. De estas sus nuevas poseciones mis padres estaban muy orgullosos, aunque en el fondo sabían que su valor no era duradero. Su calidad no era mala, su estética tampoco, pero al fin y al cabo no tenían nada fuera de lo común, así que siempre estuvimos conscientes de que nunca llegarían a ser estimadas como antigüedades, por mucho tiempo que transcurriera.
Lo único, fuera de los libros,  que tiene algo de valor especial en mi casa paterna, lo único que uno podría, en efecto, desear heredar, es un servicio de té, hecho de plata. Una obra de orfebrería elaborada, en un estilo quizás demasiado baroco, el servicio, con sus dos teteras, el azucarero y la lechera puestos juntos en una bandeja grande, adorna  siempre la consola central en el salón de mi casa paterna. Mis padres lo habían comprado de segunda mano, a un precio de ocasión, a una familia empobrecida no sé exactamente bajo qué circumstancias─.
Ahora mi padre está muerto desde hace más de diez años, y mi madre, a sus noventa y dos, vive sola en la casa familiar, junto con la mujer que la cuida. Como tiene muchos problemas de salud entre los cuales el más desalentador es la demencia senil de la que padece─  he planteado muchas veces, dentro de mí, la cuestión de qué vamos a hacer con las cosas de la casa, cuando llegue el día para decidir.
Nuestras casas, la de mí hermano y la mía, están llenas, a estas alturas de nuestras vidas, de muebles y cosas que nosotros hemos adquirido, para decorarlas a nuestro gusto. Hasta la casa de mi hija recién casada tiene ya todos los muebles y los adornos que ella y su marido necesitan. En cuanto a los otros nietos de mi madre, o sea mi hijo y mi sobrina, ellos todavía no tienen casas permanentes propias, sin embargo mucho me temo que tampoco les servirán de algo los  muebles, ya viejos y desgastados, de la abuela.
Mi madre, cuando todavía tenía su juicio íntegro, me había hablado del horror puro que había sentido al ver los muebles de una íntima amiga suya tirados en la calle, después de su muerte. “Ya sé”, me había dicho entonces, con este tono dramático tan suyo, “ya sé que Atenea necesitaba vaciar la casa cuando antes para venderla, pero cuando ví aquellas cosas que su madre apreciaba tanto, tiradas para que las recogieran los basureros,  sentí un dolor agudo hasta el fondo del alma”.
Ahora bien, aunque mi madre me ha dicho esto, dejando claro que a ella no le gustaría para nada que tiráramos sus cosas, creo que es probable que tampoco nosotros podremos evitar tirar a la basura muchas de ellas, si no encontramos a tiempo a alguna familia que las necesite. Como en el fondo soy realista, pienso que lo que mi madre nunca sabrá, no podrá herirla. Así que lo único que me está preocupando, de verdad, es la cuestión de qué vamos a hacer con ese juego de té ....
Mis padres lo consideraron siempre como una cosa digna de ser codiciada por sus herederos. Mi padre me había dicho en el tiempo mismo en que lo compraron que cuando ellos murieran, tendríamos que dividir las piezas de las que consiste el servicio, entre mi hermano y yo: Uno se quedaría con una tetera , el azucarero y la lechera y el otro heredaría la bandeja junto a la otra tetera. Por su parte mi madre ─ella en estos últimos años, poco antes de enfermarse─, me dijo un día, en un momento inesperado, que le gustaría que no dividiéramos las piezas del juego de plata, sino que lo heredara completo uno de nosotros, dejándolo a la suerte que decidiera quién.
No me juzguéis mal, los que estáis leyendo esta narración. No es que yo no quiera a mi hermano, ni tampoco es que me guste tanto aquel servicio de té. Dicho esto, os mentiría si os dijera que aquella disposición de mi madre no me ha dolido. O que no me hizo sentir la mordedura de la envidia por aquel maldito juego de té. La verdad es que haría qualquier cosa por mi hermano, que se lo daría todo lo que tengo, si fuera necesario.También es verdad que para este juego de té ─suponiendo que fuera yo la que lo heredara─ quizás no haya sitio en mi casa, ni para exponerlo, ni siquiera para almacenarlo. Entonces, ¿cómo se podría explicar mi reacción?
Profundizando un poco, pienso que probablemente lo que ha causado la envidia que sentí, es que mi madre ─quien siempre ha tenido una inclinación especial, una debilidad más que evidente, hacia mi hermano─ no pensó en que su hija se interesaría normalmente más por un adorno de casa  que su hijo, y que tampoco se le pasó por la cabeza que su hijo tenía  ya en casa un juego de té de plata, heredado de su suegra (su mujer es hija única),  un juego que es menos pomposo y quizás más elegante que el suyo.
Al fin y al cabo, es el amor ─o su carencia─ lo que importa, de verdad.
La envidia es en el fondo siempre por el amor, no por las cosas...

Tina Dugalí                                                                                                    Atenas, 12 de marzo 2012

(Texto escrito para la tarea de clase sobre el tema de la envidia)
                                                                                   

martes, 13 de marzo de 2012

Una escapada voluntaria

Su generación ha crecido con la ilusión de que viajar formaba un signo del poder adquisitivo. Pero para ella, viajar solo tenía sentido como una necesidad de recordarse a sí misma  constantemente que su pequeño mundo no era el centro del universo. Su último viaje a España lo planeaba durante años. Ese recorrido empezó exactamente cuando decidió aprender el idioma. Puesto que había vivido en varios lugares en el extranjero de pequeña, el nuevo reto fue fácil de planear desde el principio. Se matriculó en clases de lengua y un poco después, empezó a leer artículos de prensa, libros de la historia, de  arte y de cultura española en la versión original y escuchar la  radio a través de Internet para entender mejor los aspectos de la vida actual del país.
En cuanto a España, logró ver desde luego las dos ciudades más grandes, Madrid y Barcelona. El grupo de compañeras, con las que fue y ella, decidieron seguir el mismo itinerario que las agencias de viaje venden a los turistas griegos, aunque quedándose más tiempo en cada ciudad y utilizando varios medios de transporte para ver lo más posible. En total, visitaron Madrid, Salamanca, Toledo, Córdoba, Sevilla, Granada, Valencia, la Costa del Sol , la Costa Blanca y Barcelona. Lo que les sorprendió era la diversidad tanto cultural y geográfica como económica de cada comunidad que vieron. Intuyó pues, que si no hablaba un poco el idioma no se daría cuenta de muchas cosas sobre esa cultura tan semejante a la griega.
Una vez más, quedándose fuera durante casi un mes le hizo apreciar de nuevo su realidad actual y lo que quería cambiar. La importancia del último viaje en particular, le volvió todavía más consciente de que cualquiera que fuera su carrera, lo que había ganado con trabajar en diferentes países era una capacidad de integrarse en cualquier sitio a través de una actitud abierta. Ahora estaba segura, sin lugar a dudas, que podría emigrar de Grecia otra vez, y no sería una decisión forzada. Aunque España le parecía la tierra de irás y nunca volverás, había acabado por concluir que no sería necesariamente su destino elegido para vivir, sino una de las opciones para considerar seriamente. Y no en vano.
Sería difícil de olvidar  lo extrovertido que son los españoles. Su modo preferido de comunicación es hablar mucho, con gestos y sentimientos, con muchas interjecciones, abrazos y besos entre ellos. Ahora pues, entendía por qué los exámenes orales permanecían tan importantes en todas sus tareas de lengua más que otros idiomas que había aprendido de forma organizada. Ese carácter encantador lo combinan con un sentido común emprendedor tremendo.
Entre una tierra hecha por materias primas para los dioses, un espíritu comercial ávido e innovador, una lengua hablada por la mitad del planeta y un amor por la vida, los españoles lo tienen todo. ´Aunque apenas lo reconozcan´, pensó Ifigeneia, y empezó a planear la escapada voluntaria de una actualidad estancada que ya había tolerado más de lo que debía . Aquella Ifigeneia, como si fuera la heroína de Eurípides, no sería sacrificada por los pecados de sus antepasados y los crímenes de sus contemporáneos, sino que cumpliría su propio destino.´

Uranía 03-03-2012                                           (Texto escrito para la tarea de clase ´Un Viaje´)

                                                                                      

viernes, 9 de marzo de 2012

El viaje a Venecia

      El viaje a Venecia
Se llamaba Cristina. Le pusieron su nombre en honor de su padre, Cristos, que se había muerto de tisis con sólo veinticinco años, precisamente a los ocho días de su nacimiento.
Desde el principio la consideraron un pájaro de mal agüero y no la quisieron. Su abuela paterna, que acababa de perder a su único hijo, lejos de verla como una continuación de este, la inculpó de su muerte, acusándola de haber venido a la vida, robando la de su padre. Su madre ─que acababa de enviudar a los diecinueve años─ estaba tan hundida en su duelo y su desesperación, por encontrarse de repente sola y sin ningún medio para sobrevivir y criar a sus dos niñas, que no fue capaz de darle afecto. El hecho de que ella no fue particularmente agraciada, a diferencia de su hermana mayor ─que fue una belleza─, no la ayudó a ganar simpatía. Durante su larga vida, sólo sentimientos de culpa fue capaz de inspirar a su familia, cuyos miembros se sintieron siempre obligados a  ayudarla con sus necesitades económicas, no por amor, sino por remordimientos, por no haber podido quererla.
Con tal principio, no es de extrañar que su vida fuera profundamente infeliz. A los dieciséis años se fugó de casa enamorada de un tipo, que engañado por sus mentiras de mitómana empedernida, le había prometido matrimonio, aspirando a su inexistente gran dote. Entonces su madre, que unos años antes había vuelto a quedarse viuda, con cuatro hijas más para criar, la había echado de casa con dureza, para que no contaminara con su inmoralidad a sus hermanas. Ella tuvo que dar a luz a su único hijo sola. Después de que su bebé muriera , a los pocos meses de edad, la familia la recogió de nuevo a casa, con magnanimidad, pero ella no quiso conformarse con la voluntad de su madre y casarse con el hombre que la familia había elegido para ella. En cambio se fugó otra vez con un inútil, que nunca fue capaz de mantenerla y para el cual tuvo que trabajar durante toda su vida.
Era hermana mayor de de mi madre ─media hermana, ya que tenían padres diferentes─.
Me acuerdo de sus visitas mensuales a nuestra casa. Al contrario de las otras tías que nos visitaban, tía Cristina nunca nos traía, a mi hermano y a mí, golosinas ni juguetes u otras cositas. Una vez trajo una sola empanada de queso, sólo para mi madre, y esto causó un momento embarazoso entre todos nosotros.
Venía a casa siempre cansada y con los pies dolidos por sus andanzas por el centro de Atenas. No andaba por gusto, desde luego, sino porque su malpagado trabajo ─en el bufete de un famoso abogado─ consistía en hacer trámites. ─No era capaz de nada mejor, solía decir mi madre, y lo que le pagaban, por poco que fuera, ya era mucho. 
En sus visitas ─que probablemente las hacía, pienso ahora, con el motivo de recibir la mensualidad que juntaban las hermanas entre sí para ayudarla─ me acuerdo que hablaba seguido. No paraba de contar historias, sin interés y probablemente sin verdad ninguna, causando fastidio y desazón entre nosotros. Alguna vez mi padre, o mi madre, acababan impacientándose con ella y le decían que se callara ya.
Su fin no fue más feliz que su vida. Poco después de quedarse viuda, se enfermó de alzheimer. Cuando su estado  empeoró, sus hermanas decidieron meterla en una residencia, pero después de haber pasado ingresada  allí tan sólo un mes, la más buena de mis tías, una mujer santa y sacrificada, la recogió por misericordia en su casa, donde se murió, después de haber permanecido por largos meses en un estado vegetal.
De la tía Cristina me acuerdo de su dulzura, mezclada con miedo, cuando la visité por una sola vez en aquella residencia de ancianos. Me había reconocido como una persona querida, pero no sabía ni mi nombre, ni la relación que tuvimos. Otro recuerdo que tengo de ella, más lejano en tiempo, es este: Una tarde, en una de sus visitas mensuales, cuando tendría yo dieciséis o diecisiete años, alguien habló de Venecia. Quizás vimos algo en la televisión o lo escuchamos  en la radio.  Entonces la mirada de la tía Cristina se había endulzado, sus ojos se habían llenado de ilusión y había exclamado que ella soñaba con visitar algun día Venecia, que aquello era su ilusión, porque Venecia era un sitio mágico, la ciudad más bella del mundo entero.
Esta declaración me conmocionó. Las hermanas la ayudaban para pagar el alquiler y para hacer las compras diarias, pero nunca pensaron en ofrecerle algo más, ni mucho menos un viaje de ensueño. Tal vez ni lo pudieran hacer. Entonces yo era demasiado joven para tener dinero y poder darle este placer a esta tía ─a quien al fin y al cabo nunca quise mucho─, pero me acuerdo que en aquel instante me prometí a mí misma, con mi fulgor de adolescente, que cuando pudiera, le costearía yo a Cristina un viaje a Venecia.
Por supuesto nunca lo hice, nunca tuve el dinero suficiente para gastarlo en ella, nunca pude ofrecerle algo más que una corona de flores, en su funeral.

Tina Dugalí  (Texto escrito para la tarea de clase ´Un Viaje´)


                                                                                                                         Atenas,  1 de marzo 2012



Querido Diego,te abraza Quiela


“…y al leer tu letra adorada trato de adivinar algún mensaje secreto….”
                                                                              Elena Poniatowska

Querido Diego,te abraza Quiela.

Todo se acabó.La cámara vacía y yo una muerta que vaga sin rumbo. Todo recuerda a tu ausencia:los pasillos,tu silla en el despacho,el aire de esta ciudad. Ya no siento tus manos, no escucho tu voz,no veo tu sonrisa. Mis ojos no saben traducir tanta amargura.Mis labios te nombran en vano. A buscarte vuelvo por todas partes sabiendo mi infeliz destino. No te encontraré jamás. Mejor amar el olvido,mejor amar sin amar, pero no  puedo,mi corazón estará siempre abierto a tu paso. Tu existencia ha entrado en mi existencia de manera irrevocable. Tan sola me quedo en el alma que no tengo más palabras.
Stella, 2-3-2012.

martes, 6 de marzo de 2012

Viajar sin compañía

El señor Juan no había viajado nunca.

Se alejó de su pueblo sólo una vez cuando su hijo le llevó al hospital para que se hiciera un chequeo। Los otros días de su setenta y cinco años los había pasado allí. En el pueblecito montañoso, en su casa de piedra.


El señor Juan llevaba una vida tranquila.

Cuando despertaba iba a la panadería para comprar media barra de pan y si era sábado algunas rosquillas también. Al regresar a su casa atendía su jardín. El domingo por las tardes iba a la tabernita para jugar al chaquete .

En su casa el señor Juan tenía una estantería llena de libros. Había de cada tipo. Había libros gordos, libros pequeños, libros viejos y libros aún más viejos con páginas amarillentas y olor a humedad. En su mayoría había libros de aventuras pero, también, de amores incumplidos, de traición, de guerra o de filosofia.
Con estos libros el señor Juan había hecho los viajes más maravillosos que alguien podría imaginar. Había ido a los sitios más lejanos, había visto ciudades grandes con calles llenas de gente, había probado la comida más rara, había conocido a las personas más peculiares. El señor Juan se había enamorado, se había separado, había llorado y reído, había muerto y resucitado.

El señor Juan había llevado una vida de grandes pasiones.

Sin embargo, cuando se oía el sonido resuelto de un libro que se cierra - cuando se podía ver las motas de polvo escapar de las páginas descoloridas y flotar en el compacto aire del la habitación - el silencio en la casa era profundo. Se oía solamente el agua que ardía en la cacerola que el señor Juan había puesto en el fuego, para preparar su café vespertino.

Y el teléfono nunca sonaba.

Artemis 29/2/2012 (texto escrito para la tarea ''Un Viaje'')

El coste existencial del exilio

´Casi veinte años después, todavía no había conseguido sentirse cómodo en la tierra de exilio. Huyó de la patria dejando atrás sus estudios y su familia, porque no aguantaba a su padre. Tenía que esforzarse mucho para ganar su aprecio, lo que le parecía que nunca lograría, porque se peleaban constantemente. El, un campesino hecho propietario en una taberna en las afueras de Barcelona, quería que sus hijas se casaran y su único hijo permaneciera con él para ayudar al negocio familiar. Luego, habían tenido que mudarse a las montañas del País Vasco, de donde se escapó solamente para ingresar en la universidad. Siguió detestando las vacaciones las que pasaba en la casa de la familia obligatoriamente. No podía imaginar que un día se encargarñia de todas aquellas responsabilidades, incluso de bautizar a sus sobrinos y cuidar a sus padres. Y se escapó. Pero ahora, tantos años después, aunque aparentemente exitoso, cada día era un combate contra la soledad. No se sentía parte ni de la familia en su patria chica, ni tampoco de la de la tierra desconocida. El pobre autoexiliado se había quedado solo con un sentimiento agrio que surgía cada vez que se encontraba con gente feliz.´
Uranía 04-03-2012 (Texto escrito para la tarea ´Un Viaje´)




domingo, 4 de marzo de 2012

Un tren de llegada

Sin embargo había bien preparado ese viaje. Durante muchos años había ido aprendiendo en la familia, en la  escuela, en las universidades, en diversos puestos de trabajo, en varias relaciones y sobre todo en la calle. Creía que mi preparación y mi equipaje serian adecuados para permitirme un viaje interesante, pero al mismo tiempo confortable. Fui muchas veces a esa estación oscura y húmeda, sin relojes o paneles anunciando las llegadas y las salidas.

Cada vez esperaba en el andén vacío durante mucho tiempo ¨mi tren¨. A veces aparecía un tren alguno pero sin silbar o parar. Pensaba que eso ocurría  porque el destino había decidido otro momento para mí. Esa convicción me prohibía dejar de venir regularmente a la estación a  la espera de poder coger mí tren. Andando el tiempo perdí mi entusiasmo por esa huida, pero continuaba yendo más bien por costumbre o por curiosidad.

Un día de septiembre de 2666 llegó en efecto un tren y se paró. Todas las ventanas estaban clavadas y ningún pasajero apareció. De repente se abrió la puerta de un vagón. Me volví para echar un último vistazo al sol  y sentí una lágrima en mi mejilla. Abandoné mi equipaje en el andén y subí al tren.
«Viva la muerte» aulló, como último saluda a mi juventud.
Cerré la puerta y el tren salió.

Martha Olympiou 01-03-2012 (Texto escrito para la tarea de clase ´Un Viaje´)


El huésped salvador

Le encontré por primera vez esa noche de diciembre, fría y hostil, al regresar de un juicio difícil que sin embargo gané. Esta criatura extraña, de sexo indeterminado, me esperaba en la oscuridad frente a mi casa entre mis almendras.
Me saludó en voz alta y aguda proponiéndome entrar conmigo en la casa para beber algo y celebrar conmigo mi éxito. Por una razón inexplicable no pude negárselo. Por curiosidad o por miedo no pude expulsarle de mi casa.
Subiendo la escalera, podía escuchar su paso pesado y sentir su olor desagradable. Con mi mano temblando y mi corazón a punto de explotar entré en primer y encendí  la luz. ¡Por fin! Mi huésped nocturno! ¡Podía verle y enfrentarme a él !
Era un jorobado enano con ojos brillantes y pelo de punta vestido con  ropa de la basura. Aunque le miraba agitada no podía expresar mi repugnancia ya que por una razón extraña tenía la sensación   de que lo conocía bien.
Nos sentamos en mi despacho frente a una botella de vino divino de la Rioja y empezamos a beber lentamente sin hablar. Su mirada austera y espantosa se quedó clavada en mí de manera que me sentí paralizada. Se levantó de repente y empezó a hablar.
«¡He venido  para pegarte! No puedes seguir aplicando las mismas sospechosas maneras para sobornar a los testigos y así ganar los juicios. Te recuerdo que tu último caso fatal acabó en un suicidio. Una serie de pecados cometidos para tu propia satisfacción. ¿Quieres que te los recuerde? ¿Cómo pudiste, por ejemplo, encerrar a tu propia madre en una casa para  personas con problemas psicológicos para quedarte con  su fortuna? ¿Cómo pudiste mantener una  relación con el marido de tu mejor amiga? ……..»
«Claro, soy un huésped que revela tu inmortalidad y tu irresponsabilidad. Intento instalarme aquí castigándote cada día  por tus pecados sin indulgencia. Intento arrastrar mi  cuerpo deformado y mi olor insoportable hasta que tú te arrepientas y cambies.        
 ¡Permite que me presente!  Soy tu consciencia. Soy tu huésped salvador!»

Martha Olympiou 22-02-2012 (Texto escrito para la tarea de clase ´El Huésped´)

sábado, 3 de marzo de 2012

Ratones en la Biblioteca


´La biblioteca es un refugio en Atenas, el centro del mundo. Llego hasta allí cada vez contra viento y marea: atravesando protestas, andando tras gases lacrimógenos, dejando atrás edificios quemados por la rabia de las masas. Yo quiero que todo esto quede escrito. En mi diario digital. En la biblioteca. Apenas acabo de entrar, lo veo. Un ratón blanco enorme de raza Wister con ojos rojos, brillantes. Estaré bajo la influencia de algo siniestro o estoy soñando con ratones del laboratorio. Lo que es algo de mi vida previa, ahora soy alguien distinto, decidido a publicar sin miedo. ´Fuera, !lárgate!´, siento un cataclismo de furia contra el huésped indeseable, como si fuera un volcán de lava acercándose a mí. El sonido de mi voz me asusta. El monstruo abre su boca gigantesca y grita algo en lenguaje desconocido. Yo me lanzaría a un ataque salvaje, si no me hubiera detenido la intervención divina del bibliotecario ´Silencio, por favor. Si quiere usted hablar, que no lo haga aquí´.
 


Uranía 22-02-2012  (Texto escrito para la tarea de clase ´El Huésped´)

viernes, 2 de marzo de 2012

Viaje de regreso

             Erase una vez un hombre casi centenario, fatigado de vivir tantos años entre sus ilusiones y sus memorias y afligido por no ser capaz de encontrar una solución adecuada para su único problema. El paso del tiempo le había encorvado su grácil talle y su vista de gavilán ya era turbia. Pero el hombre no tenía necesidad de mirar alrededor de sí para descubrir lo bueno y lo malo, lo hermoso o lo feo de este mundo. Le bastaba con indagar en sí mismo para comprobar que todo es vano; que lo eterno (menos lo que promete la religión) es lo que ya una vez existió y que mas no puede ni existir de nuevo ni cambiar; lo que es capturado en el alma y la mente para siempre. Le gustaba recordar días pasados, sus días de gloria, cuando podía encerrar en su palma toda la vida y absorber de un trago todos sus jugos. Pero también revocaba momentos por los que no se sentía orgulloso: antes sus ojos desfilaban las mujeres que engañó, socios que explotó, desgraciados que despreció…
Entonces, ya salió después de la amontonada experiencia en su larguísima vida, se arrepentía por sus malas selecciones y llorando sin lágrimas se quedaba muy infeliz, hundido en las más profunda desesperación, por lo que era demasiado tarde para deshacer.
 De manera que solo un deseo (aunque conocía que era inalcanzable) le daba alivio: poder regresar a los años de la inocencia y recomenzar su vida desde el principio. Pero, precisamente porque sabía que esto no era realista, se sentía cada vez más deprimido.
Una noche invernal, tras haber pensado mucho sobre sus insistencias, se acostó exhausto esperando ver al menos en su sueño este viaje de regreso. Hacia la madrugada un golpe se oyó, como si la puerta estuviera abierta por el viento, y el cuarto se vio inundado por una luz espectral. El viejo, medio dormido, se incorporó pero no distinguió a nadie; al contrario escuchó muy claramente una voz grave, como si procediera del más allá, que le decía “Su deseo va a cumplirse ahora mismo”. En aquel momento el hombre no podía entender si estaba más espantado y extrañado o tranquillo y feliz después de tantísimo tiempo. Lo que pudo hacer era balbucear: “Ya voy, Señor”. E inmediatamente se durmió de nuevo, pero esta vez para no despertarse nunca más.
El viejo apenas había comenzado el viaje de regreso a los senos de la eternidad.

Angeliki Patera
28.2.2012


El Huésped


El propósito de la poesía es recordarnos
que tan difícil es permanecer como una sola persona
pues nuestra casa está abierta, las puertas no tienen llave
e invisibles invitados entran y salen a placer.”         CZESLAW  MILOSZ[Ars poetica -Tierra inalcanzable]

EL HUÉSPED
Casi cada noche viene a visitarme, en esas horas de silencio, en la oscuridad desconcertante de mi habitación, en mi cama. Me despierta y yo, sudando con el cuerpo indefenso, me entrego a su invasión gloriosa. No tiene rostro, ni voz pero llora sin lágrimas, grita sin sonido. Es una presencia  indefinible, implacable, existencia infinita en un mundo del cual no domino sino las palabras en varios idiomas. Todopoderosa crece en mi su propia figura, deja sus huellas en mi destino, y yo, incapaz de huir de ella, escribo versos mentales, condenada a su interminable silencio, espero su juego cada noche ávidamente.
Stella,18-2-2012.

Un viaje instantáneo


El aula estaba llena de aficionados a la literatura. El senor X proyectaba un cortometraje sobre el modernismo europeo de los años 20. Mariana y yo contemplábamos las imágenes de la época que pasaban ante nuestros ojos. París, Berlin, Moscú eran las tres ciudades en las que floreció el movimiento a principios del siglo xx. Era un viaje de ciertos minutos, casi instantáneo. Como todo viaje, era único como la vida . Tenia su propio ritual: la preparación, la espera, la cámara para detener el tiempo, y la maleta interior para llevar dentro las cosas indispensables, la verdad de las cosas.
Stella,25-2-2012.

El porqué

Apareció de repente.


No me había dado cuenta del momento exacto en el que entró en mi vida. Quizás se hubiera escondido en mi bolsa aquella noche tan triste. Lo seguro es que lo llevaba conmigo mucho tiempo sin haberme enterado de ello.
Lo vi por primera vez una noche que llovía. Estaba sentado en mi almohada mirándome mientras yo me desvestía para echarme en la cama. No me asusté. Esperaba que algún día de estos vendría para preguntarme.
Al principio, sus apariciones no eran frecuentes. Lo veía sólo por las noches y sólo cuando la radio ponía la música que tú solías escuchar. Se sentaba frente a mí, a los dos o tres metros, y me miraba con todo el amor y toda la acusación que ocultaban sus ojos.
A medida que pasaba el tiempo, iba apareciendo con más frecuencia. No sólo por las noches sino por el día también. Una vez lo vi en el autobús. Se había escondido en el bolsillo de un señor que estaba sentado enfrente de mí. Otra vez lo vi en el supermercado, junto a las verduras.


Y siempre me miraba con esa desesperación urgente y con ese enorme porqué en sus ojos.


Después de un tiempo ya formaba parte de mi vida. Lo llevaba conmigo siempre. Le gustaba esconderse en mi cabello o colgarse de mis pendientes. Poco a poco sus grandes ojos me transformaron. Me llenaron de color negro. Empezó por las uñas de mis pies y cada día el color subía mas alto, casi llegaba a mis rodillas. Temía lo que pasaría si el negro llegaba hasta mi corazón.


Sabía lo que tenía que hacer para que se fuera.


Debía dejar de escuchar tu música. Debía darle una respuesta a su constante porqué.
Pero me había acostumbrado a su presencia. Ahora que tú te habías ido, sus ojos grandes eran mi única compañía.


Y pesaban mucho sus ojos. Todo su amor a mi espalda era casi insoportable. Empecé a encorvar. Cada día encorvaba más, hasta que mi nariz tocaba el suelo y después de un tiempo todo mi cuerpo tocaba el suelo. Me movía por las calles como un serpentín. La gente no me veía y solía pisarme. Siempre volvía a casa sucia y llena de pisadas.


Por las mañanas, cuando despertaba, pasaban unos segundos en los que sus ojos aún no habían aparecido. Los colores de la habitación eran claros y podía respirar más fácilmente. Luego, el porqué salía de debajo de la cama, daba un salto y se sentaba en mi pecho. Así que siempre empezaba el día con ese peso cerca del corazón.


Sin embargo, un día, cuando abrí mis ojos, logré completar un pensamiento antes de que apareciera debajo de la cama llenándome con peso y color negro. Debía decírselo. Debía responder a su pregunta para que se fuera de mi vida.
El porqué salió cuidadosamente de debajo de la cama, quizás había entendido que algo era diferente. Abrí la boca para hablarle pero comprendí que ya no tenía ninguna palabra que decirle. Había olvidado todos las cuestiones y todas las preguntas. No me acordaba de nada.
"Ya no importa", le dije a sus ojos.  "Tienes que irte porque la verdad ya no existe. Se ha mezclado con todas tus mentiras y todas mis ilusiones y pertenece al pasado. Tal como tú. Vete ya."


Y el porqué se fue. Se fue de repente, tal como había aparecido aquella noche tan triste.

Artemis Sofiou 18-02-2012 (Texto escrito para la tarea de clase ´El Huésped´)

jueves, 1 de marzo de 2012

¡Que no vuelva!

Tenía doce años cuando la casaron con el capitán Nicolás. Él, ya con cuarenta, era viudo y sin hijos.
No le preguntaron si quería casarse, ni si lo quería a él como marido. A su familia les había bastado que  el capitán era un hombre acomodado, dueño de un barco de tres cubiertas, que con su tripulación de veinte marineros cruzaba los océanos. Su casa, llena de muebles de nogal y de miles de otras cosas preciosas, traidas de todas las partes del mundo, era la única de dos pisos en el pueblo. Era una gran  suerte que un hombre así había puesto sus ojos en ella, tan poca cosa, y que había pedido su mano en matrimonio. Ella iba a convertirse en una gran señora, con criadas que harían por ella las tareas más duras de la casa. No tendría que trabajar en los campos. Iba a tener una vida fácil, no como la de su pobre madre, que después de quedarse viuda, y sin hacienda, se las vio y se las deseó para criar a sus tres huérfanos. Tenía ella que casarse pronto, para que llegara después el turno de su hermana menor y para que pudiera al final casarse también el varón de la familia, que era el mayor de los tres hijos de la viuda.
Unas semanas después de la boda, el capitán tuvo que marcharse en su barco. Cuando regresó, ella tenía ya en brazos a su primogénito. Se fue de nuevo, al cabo de dos meses, para encontrar, al volver, a su familia aumentada aún más. Partió por tercera vez.
Durante sus viajes le mandaba puntualmente una carta cada mes, informándole de su buena salud, y preguntando por la de ella y de los hijos. Eran cartas formales sin emoción y sin mucha información sobre las peripecias  de sus viajes. Ella no sabía leer, así que  el domingo llevaba consigo la carta a la iglesia, para que se la leyera el cura. Él contestaba de su parte, informando formalmente al capitán de la salud de su familia y deseándole la protección de la Virgen Santa. En las cartas, no le contaba a su marido de los mareos ni de las otras molestias que padecía a causa de su tercer embarazo, ni le decía que a veces no tenía fuerzas ni para levantarse de la cama. Tampoco se quejaba de que se sentía deprimida por permanacer todo el santo día encerrada entre las cuatro paredes de la casa, puesto que en aquellos tiempos se consideraba rarísimo que una mujer, cuyo marido estaba lejos de casa, saliera por las calles a pasear, o a hacer visitas.
A pesar de sentirse mala, al enterarse  que el capitán aún se encontraba en un país lejano y al darse cuenta de que mucho tiempo iba a pasar antes de que él  pudiera regresar al pueblo, sentía un gran alivio, una alegría recóndita. ─!Que no vuelva!, Dios mío, ¡que no vuelva más!─, rezaba y enseguida se arrepentía, horrorizada por su propia vileza,  pidiendo  perdón a la Virgen, para volver a caer en el mismo pecado mortal muchas veces, según se acercaba el día previsto para el regreso del capitán.
Ya tenía a su nuevo bebé, tan suave y chiquito, y no conseguía abandonarse a disfrutar del placer de su maternidad una sensación que acababa de conocer por vez primera a sus diecisiete años, después de su tercer parto , vencida como estaba por la angustia de la espera  del marido.
Aquel huésped extraño de su casa, que la tenía temblorosa...
─Muchos barcos se hunden, Dios mío, ¡que no vuelva más!, rezaba con fervor.
─Virgen Santísima, ¡que no vuelva!

Tina Dugalí (Texto escrito para la tarea de clase ´El  huesped´)


                                                                                                            Atenas, 16 de febrero 2012